viernes, 9 de agosto de 2013

Buscando el Gris

El prisma por el que observo el mundo me ofrece unicamente brotes de blancos y negros dejando, eso si, espacio para eso que comunmente conocemos como Gris. La tierra de nadie, la zona neutral, la virtud aristotelica. Para este corazon loco, el Gris debe ser ese algo que sobresalga entre la maleza, que me agarre de los pies y me arrastre hasta la colina mas cercana para soltarme y dejar que me circunscriba entre las nebulosas de un cielo centelleante para, despues, reir mientras pataleo sobre las cenizas de luz que dibuja la luna en el agua... Me dira todo lo que debo saber de mi, de mis planes y de mi sino. Con todo lo que espero de el, normal que no se me aparezca, ahora que lo pienso.

A veces creo que me obceco tanto buscando el Gris que llegara el dia en que aparezca y no sepa quien es. Demasiado tiempo he tenido para imaginarmelo de mil y una formas. Puede que su forma real no encaje con la idea que he formado en mi cabeza. Puede que no cumpla mi expectativa. Una expectativa muy distorsionada por la impaciencia y la presion doliente del tiempo. 

Quien sabe si ya lo he visto? Si ya lo he tenido tan cerca que su aliento me rozaba el alma misma? Si me he secado las lagrimas de la impotencia con las pequeñas victorias que me ha ido brindando? Y yo, mientras tanto, ocupada en maldecirle hasta desencajar las pocas tuercas que me van quedando? De verdad, que no me sorprenderia. Porque demasiadas veces he visto en este mundo a gente llorar por lo que no tiene haciendo caso omiso a esos pequeños detalles que harian sonreir a un "necio". Hacemos una larga lista de cosas que esperamos de la vida y armamos la pataleta si ella no nos lo da. Y entre llanto y patada, asoma timidamente la tregua, la pequeña victoria. Que mas da que no dure eternamente? Quien cojones nos obligo a pensar que la felicidad debia ser a la carte? El mundo se empeña en hacernos felices mientras nosotros lanzamos puños al aire deshaciendo todo su trabajo.

A lo mejor mi Gris no llegue a manifestarse nunca y prefiera actuar desde la retaguardia, impidiendo que pierda la fe en encontrarle dandome esa repentina esperanza de que el dia en que podre dedicarle todas las palabras que quiera con plena consciencia de su existencia, esta aun por llegar. Puede que mi Gris emplee sus dias y sus noches en buscar la forma de insuflarme energia cuando mi prisma deja todo mi entorno caotico y post-apocaliptico. Quien me puede negar que mi Gris sea exactamente eso: un motivo? Un motivo que pretende enseñarme que del deseo mismo de encontrarlo, emerge el sentirme feliz; que no debo molestarme en cosificar la felicidad, sino apreciar la viveza que me da su busqueda. 

Recuerden, jovenes, que estos no dejan de ser devaneos pero si realmente es asi... Gris, espero no encontrarte nunca.... pero que siempre me encuentres tu a mi.

jueves, 7 de febrero de 2013

Las mil caras de un politico


Imagino que muchos (sino la mayoría) de los que deciden dedicarse a la política lo hacen para traer consigo un cambio. Supongo (y no, no es casualidad que hable en términos de duda) que, auspiciados por el ímpetu de su juventud, imaginan que el culmen de su carrera política será alcanzar una posición que les permita romper con las reglas ocultas del juego para reinventar conceptos como la libertad de expresión, la igualdad, la justicia y, en resumidas cuentas, la democracia. La elección de una profesión así me parece que exige un coraje, un altruismo y una conciencia social de los que muy pocos pueden presumir.

En su esencia, considero que la política responde a la necesidad de que una sociedad debe gobernarse por una serie de leyes para garantizar un orden y que nuestros pequeños esquemas mentales no se vean al alcance de las zarpas de la tan temida entropía. Y aquellos que se sienten capacitados para ofrecer esas garantías, sin desplazar a un segundo plano los derechos de los ciudadanos son, sin duda, merecedores de nuestra estima.

Ahora bien, ¿qué es lo que ocurre cuando comienzan el ejercicio de su profesión? Es una pregunta totalmente honesta y, en un intento de entenderlo (y, francamente, de huir momentáneamente del pesaroso deber del estudio), me he visto obligada a dejar volar a la imaginación.

Empecemos desde el principio. Me imagino a un joven aspirante a político que, en vista de la lamentable situación que nos aqueja, decide dar un uso provechoso a su elección profesional para dar un giro de 180 grados en el panorama actual. Quiero creer que éste es el tipo más frecuente. Estos jóvenes llegan a sus correspondientes sedes con la idea de revalorizar los valores humanos y dejar en evidencia a cualquiera que atente contra la transparencia que debería caracterizar al político. Estos jóvenes no se andan con tentativas y acompañan sus ideas con planes de acción. Ahora bien, ¿cómo se lo tomarán los demás políticos, ya resabidos del idealismo de estos pobres diablos? Imagino que alguno de ellos, pensando que le hacen un favor al revolucionario, corren un poco la cortina para que alcancen sus fosas nasales unos pocos efluvios de la peste insoportable que tras ella se esconde.

“Querido, a la política se juega así y tú no eres nadie para cambiarlo.”

Ahí está. El chirrido inequívoco del patinazo. Rebobina joven, que tu plan ha alcanzado su primer obstáculo. Nuestro revolucionario intrépido tiene ahora varias opciones: puede decidir guardar la espada y dejar que paulatinamente vaya apagándose la chispa de la lucha porque “tienen razón”; por otro lado, puede rendirse hasta el punto de abandonar su carrera y dedicar sus esfuerzos a fundirse con otros tantos ciudadanos indignados; y, en el más insólito de los casos, puede decidir mantenerse firme en sus convicciones y revolverse una y otra vez hasta conseguir deshacerse de la maraña que reúne en el mismo saco a los viejos perros.

Llegados a este punto, me pregunto por las consecuencias de cualquiera de las decisiones que decida tomar nuestro revolucionario.

Al que decide sucumbir al conformismo para jugar al juego como dictaminan los más veteranos… ¿en qué momento te perdimos? ¿A qué precio estás dispuesto a vender tu alma para proteger tu carrera? ¿Cuándo, exactamente, dejaste de verte como un ciudadano para pasar a la entidad “superior” de político? Y así, miles de preguntas. Supongo que en esta variante, podríamos encontrar a aquel que termina convirtiéndose en el MVP digamos. Sus comienzos titubeantes nada tienen que ver con el individuo que tenemos ante nosotros: desoye las quejas, despersonaliza al pueblo y es el más diestro en mantener su cabeza por encima del agua. Supongo que es la modalidad más frecuente. Puede ser que también exista el que se mantenga en el juego por mera supervivencia y tremendamente alienado, pase a despreciar su labor hasta el punto en que no pueda más que odiarse a sí mismo. Las culpas, en ese caso, no estarían infundadas si las sitúa en su propio corazón desgraciado. Esta variante puede que tenga, aproximadamente, la misma población que los gorilas blancos.

Aquel que decide firmar su rendición y huir de la política, quiero creer que lo hace porque, objetivamente, se ve sin ninguna posibilidad real de traer el cambio y prefiere volver a la seguridad de la nada antes que traicionar sus propias creencias. El problema principal que veo yo a esta posibilidad es que una vez que vuelves a tu estatus de “ciudadano indignado” puedes intentar verte como uno más, pero lo cierto es que un día tú te viste preparado para sacar a tu país del hoyo y no supiste llevar la empresa a buen puerto, has escalado un peldaño más y al final tu esfuerzo se vio infructuoso. Y ver cómo se resquebrajan nuestros planes vitales no es algo fácil, ni algo que desee a nadie. Insisto en lo tentativo de toda esta paja mental, así que sólo puedo decir de estos señores (si es que existen) que estéis donde estéis me inspiráis incluso pena.
Ahora es cuando tendría que hablar del revolucionario que se mantiene firme y opta por seguir cuando la vasta mayoría de individuos hubiera ondeado ya su bandera blanca. Tendría que explicaros cómo nuestro revolucionario, a base de pura osadía y perseverancia, derriba a cabezazos los cimientos podridos que edifican nuestro sistema político y esculpe con mármol el camino hacia una democracia real; cómo mantiene presente su condición de ciudadano para conseguir a través de la protección de los derechos de sus conciudadanos, la implicación de esos mismos individuos para que lleguen a cumplir sus deberes sintiéndose dichosos de poder hacerlo. Lo haría si no fuera porque ni siquiera mi imaginación fue capaz de superar ciertos límites. La utopía que supone versar sobre la existencia de dicho revolucionario fue muy superior a mi vaga divagación. Pero, ¡ay cuánto me gustaría poder recurrir a ejemplos reales y no a la frágil imaginación de esta pobre muchacha en concreto!

Debo ahora dirigirme a los políticos, dejar por un momento la ficción y dedicar unas líneas al mundo real por tormentoso que me resulte. Muy señores míos, no sé si cumplís algunos de estos criterios, si sois valientes, cobardes, altruistas, déspotas o simplemente imbéciles. Pero en el fondo, sí que siento el calor de una pequeña certeza. Muchos de los que hoy sois imputados por hacer con lo público lo que os plazca, seguramente os encontrasteis con jóvenes revolucionarios de todas las tallas y colores en vuestra andadura política, incluso, puede ser (por increíble que suene) que algunos de ellos fuerais vosotros mismos… solo que lo habéis olvidado.
[Escrito desde el más ingenuo de los optimismos]

martes, 15 de enero de 2013


¿Dónde empieza el esperpento? ¿Dónde se fraguan nuestros fútiles intereses? ¿Dónde queremos ir a parar?

Somos porque no hay más remedio. Nos venden el concepto de “vida” como un regalo al que debemos honrar trazando un camino que conduzca a un destino – que consideramos ineluctable – que dé sentido a nuestra existencia en el momento de partir.

Llamadme determinista pero yo no lo veo así. Mi sola presencia es fruto de una casualidad tras otra. Pervivo en este mundo, que cada día me produce más repulsión, con la sensación creciente de que mi aportación será ínfima. La Tierra seguirá girando, Don Dinero seguirá gobernando y, entretanto, el pueblo seguirá debatiéndose entre la revolución o la sumisión con un resultado perfectamente previsible para alguien que considera la historia como cíclica.

No negaré que hasta hace bien poco imaginé que mi destino albergaba grandes empresas dignas de mi inagotable fuerza de voluntad. Me vi como portadora del saber, dueña de la llave que abriría las puertas a la gloriosa eternidad. Achaques de la juventud, supongo.

Yo, como cualquier otro, también me pregunto por el significado de la vida pero con plena conciencia de que jamás lo sabré, al menos en términos absolutos. Es evidente que el ser humano debe darle un sentido a este concepto vida para orientar su comportamiento en un plano más global. Es decir, que su tránsito por este mundo responda a un plan de dimensiones que ni siquiera alcanza a abarcar nuestra imaginación. Esto, señores, es lo que nos motiva. Pero igualmente nos condena.

Poder versar sobre la realidad y los enigmas que entraña es un proceso maravilloso que distingue nuestra existencia de la de otros seres vivos pero todos sabemos que el exceso de información nunca fue bueno. O, en resumidas cuentas, el exceso nunca fue bueno.

Ya Aristóteles afirmó que la virtud radica en el término medio entre el exceso y el defecto, lo cual, para mí, resulta una noción fundamental sobre la condición humana. Una idea, a priori, tan sencilla que es capaz de dar respuesta a preguntas como ¿dónde está la moralidad? o ¿por qué es tan importante mantener una apariencia?

A los seres humanos nos gustan, por lo general, los extremos que conforman los dichosos continuos. Encuentro que el estar cada día más acomodados en esta sociedad de la información donde todo está al alcance de un botón, desvirtúa a nuestra especie. Nos quejamos de los monarcas que viven de una herencia que no les es merecida cuando nosotros nos lucramos, de igual manera, del legado que nos dejaron nuestros antepasados homínidos y, ¿todo para qué? Para invertirlo en tendencias sedentarias, conformismo y apatía.

Lo realmente admirable en estos tiempos es encontrar a gente que, pese a la fuerza persistente de la inculturación, consiguen encontrar en sí mismos la conciencia propia del luchador. Encuentran en ese continuo que conforman el exceso y el defecto, el punto en que se genera la moralidad. No hace falta vivir como monjes ni como reyes para dignificar nuestra pueril existencia. Sino encontrar cada uno ese punto intermedio, saber que la belleza de las cosas existe en sí misma y no por acumulación o déficit. Saber que tu vida tendrá el sentido que tú le quieras dar, no el que dibujan unas cuerdas invisibles que cuelgan de las nubes y son manejadas por deidades que nunca llegaremos a conocer.

No obstante, debemos ser cautos en este proceso de conceder significado a nuestra temporada en la tierra porque demasiado tiempo se nos ha permitido vanagloriarnos de nuestros atributos racionales. Gracias al pensamiento, al lenguaje y, en definitiva, a la evolución, hemos encontrado la forma de manipular la naturaleza en virtud de nuestros propios intereses. Esto explica que el ciudadano de a pie se tome la licencia de considerarse maestro y dominador de las criaturas del universo. Es como si el poder llamar a un animal de cuatro patas, caballo automáticamente nos sitúa en una posición de autoridad respecto a la naturaleza. Porque así nos creó el señor: seres majestuosos y encomiables.

Durante un tiempo, yo misma fui víctima de esta creencia pero supongo que ha habido momentos en los que me he sentido tan insignificante frente a la grandeza de la naturaleza y su infinita sabiduría, que mantener tan funesta idea en mi cabeza era una incongruencia que no podía mantener.  Llegué a la conclusión de que mi vida no era más valiosa que la de un caballo. Ese pensamiento me parece del todo pretencioso. A fin de cuentas, respiramos el mismo aire, pateamos la misma superficie (y, en mi caso, con mucha menos gracia) y nos baña la misma luna. ¿Dónde está esa gran diferencia? Ah sí, que yo soy consciente de la trivialidad que supone mi existencia frente a la magnanimidad de la Madre Tierra. Que yo puedo definirme como una mota de polvo más sobre el cristal en que se mira el Todopoderoso cada mañana; mientras que el caballo masculla en silencio su zanahoria, reposando antes de seguir galopando por un prado cualquiera en busca de más comida o una hembra. Porque ésa es su meta. Y, ¿yo por mi racionalidad puedo permitirme una meta cualitativamente superior? Es evidente. ¿Me considero más grande que todas las cosas por ello? Desde luego que no. De hecho, siento envidia porque está claro que en la ignorancia uno es feliz.

¿Qué hacer, entonces, con esta capacidad pensante que me subyuga? Dejaré que me siga incitando a la contemplación de lo metafísico con la intención única de tornarlo cotidiano. Sólo por joder. En eso consisten mis metas. Mañana…veremos.

domingo, 6 de enero de 2013

Lo que trae consigo el desvelo

Los posos últimos de este amargo té se me antojan invencibles.
Se alojan en mi garganta,
agotan mi sed desprovista de mares;
como tus besos: ineludibles.

Recuerdo de esos días el descontento masificado,
las cruzadas modernas,
la búsqueda incesante de cambio
en el patio de recreo del hombre: desvalijado.

Hice.
Y aún está por rehacerse lo deshecho.
Y en el vacío de este pecho anidan,
como bandadas de pájaros desarraigados,
instantes de desaliento que, insistentes,
erosionan el pesaroso sentir del despecho.

Te hablo de la piel marchita que reinvento con mis dedos,
del verso escurridizo que da sentido al cuento,
del sueño obnubilante que revuelve a mis tinieblas;
te hablo de las arcadas consecuentes, 
del malestar, 
del viento.

Y en este purgatorio convenido,
esta antesala – consensuada – de desamor,
me pregunto si tu tiempo es a cobro revertido.
Me cuestiono la distancia entre lo que creo saber y lo que realmente sé;
pienso en los no sé; los puede ser; los tal vez.

Ese amasijo de verdades
que forman por su masa heterogénea
un mensaje imposible de descifrar.
Al menos con precisión.
Porque un loco diría que es amor.
Pero, ¿quién es ese loco si no soy yo?